Nace en la fiesta latina de la “Saturnalia” y la griega dionisíaca en primavera.
"Carna" - "val" o "adiós a la carne" y representa un período de fiesta desenfrenada, excitante y alegre, antes de la Cuaresma. Venecia , S. XVII, cuando con máscaras la nobleza, se mezclaba con el pueblo.
Tiempo de descontrol, exceso y obligado anonimato. Su sociedad jerárquica, buscó disminuir las tensiones sociales con el triste y famoso “Pan y Circo” romano o sea, el carnaval, por esto fue prolongado desde el 26 de diciembre hasta el Miércoles de Ceniza, (aunque el uso de máscaras era desde 1 de octubre).
Se realizaban bacanales en “Festa della Sensa”, durante 15 días, ésto contribuyó a una lujuriosa imagen. En los fastos oficiales en la plaza pública el "Giovedì Grasso”, se recordaba “la fuerza de Hércules y el vuelo de los turcos”, (cuando un joven turco descendió por una cuerda desde el campanario de San Marco), con el tiempo, se agregaron fuegos artificiales, acróbatas y titiriteros. Las fiestas privadas en los elegantes “Palazzi”, eran con juegos obscenos, mucho alcohol e inmoralidades. “Il Ridotto”, la casa de juegos públicos, se convirtió en un ícono. Entre 1638, cuando inicia y 1797, cuando termina, tras la prohibición de Napoleón, (la que finaliza en 1979), miles de jugadores enmascarados llenaban las arcas del Dux, sólo los “croupiers” y/o los “barnabotti”, miembros de la plebe, no usaban máscaras.
Carlo Goldoni (1707-1793), menciona tan a menudo en sus obras detalles del carnaval, que se ha convertido en una importante fuente de documentación. Sus obras se muestran a menudo durante la larga temporada de carnaval. Giacomo Girolamo Casanova, es el símbolo del placer y la decadencia, aspectos de aquella República Serenísima, complejo y culto, fue considerado brujo, poeta, espía, libertino, fugitivo, jugador, traidor, seductor, tahúr, calumniador, ateo, embustero, pícaro, blasfemo y alquimista. Protegido por su máscara, asistió a los más bellos salones, frecuentó a nobles y criados, damas casadas y solteras, teatros y artistas, “visitó” Il Ridotto y estuvo en sórdidos burdeles, dejando un rastro de escándalo, inmortalizado por el genial Fellini. En sus memorias escribió: “en todo cuanto he hecho en el curso de mi vida, bueno o malo, estoy seguro de haber merecido elogios y censuras, y que, por tanto, debo creerme libre.”
La máscara encuentra su consagración oficial en el teatro y algunos de los personajes de la “commedia dell'arte” se convirtieron en estereotipos reales, que refleja a la sociedad de entonces y porque no, a la actual.
Hoy, toda la ciudad y sus islas, reproducen aquellas tradiciones. Disfraces, papel picado, flores, góndolas, música renacentista callejera, fiestas y bailes, invaden la Serenísima , turistas de todo el mundo, llegan hasta esta sofisticada ciudad, para vivir, al menos una vez en la vida, uno de los espectáculos más espléndidos, en una de las ciudades más románticas del mundo. Cuentan que Soldi, en ese entonces escultor, al llegar a Piazza San Marco, se detuvo absorto y decidió pintar, para poder mostrar tanta belleza, (no sé si será cierto, pero es hermoso).
Llegar, es el éxtasis, sus callejuelas laberínticas, llevan a San Marco, enorme plaza donde se encuentra la basílica, rodeada por un gran boulevar, con cafés y negocios exquisitos, el pequeño café “Florián”, famoso en el mundo, posee un recoleto espacio, Lord Byron, Proust, Goethe, reyes, intelectuales de todos los tiempos, (también nuestro Borges), bebieron allí café; los mejores gobelinos de seda del mundo (los venecianos, claro) hacen famosas sus paredes, el dorado de sus luces de fino cristal de Murano, hacen volar la imaginación. Sus mesitas pequeñas de madera y mármol, crean un ambiente mágico y fabuloso, donde todo es posible, una dama renacentista y un arlequín, un misterioso caballero y un sofisticado e irreconocible enmascarado, son mirados y a su vez ellos observan con devoción, de fondo, música invade el ambiente y se confunde con bullicio como en todos los cafés italianos. A un costado, el Palazzo Ducale, misterioso, fabuloso y enorme, encierra belleza e historia, provocando la intriga hasta de los más experimentados viajeros. La basílica enceguece con sus fabuloso dorado, engalanada por sus “falsos caballos sagrados”, (los verdaderos, están protegidos en su interior), el reloj, con sus leones alados, símbolo de Venecia, marca las horas ante los ojos asombrados de quienes se topan con su esplendor, provocando ese sentimiento absurdo y utópico, de detener el tiempo en ese preciso y inquietante minuto. Cuentan que a su autor se lo encegueció con un hierro encendido y se le rompió los huesos de las manos, para evitar que realice otro.
Hoy, el carnaval veneciano, es absolutamente distinto a cualquiera del mundo, de incomparable belleza y refinamiento, durante 10 días, la gente se disfraza y sale a pasear, escucha música, baila y se divierte.
La biblioteca Marciana, el Rialto, las góndolas y sus famosos gondolieri, lanchas privadas y públicas, llevan de un lado a otro a miles, cruceros del mundo llegan hasta ella y a sus no menos hermosas islas, como Murano. El mundo rinde culto a su belleza.
El marco: los enormes palacios, como el de Marcopolo, la iglesia de Santa María de la Salud , el teatro La Fenice , sus mercados, el acuario, los museos, el casino y su enorme playa, sofisticada y lujosa, llamada Lido. La bruma, la humedad y el ruido del agua acarician los oídos al atardecer y si el sol, pretende asomarse, todo se vuelve rosado. Crepúsculo y Venecia, eternos y delicados como su famoso cristal.
Oro brillando en aquella cúpula, fantásticos leones alados y el reloj ebrio de belleza eterna, girando sus agujas en lo alto. El espíritu alado, mágico y arábigo de sus formas, el medio punto, sus vivaces palomas y los caballos que obnubilaron a Bonaparte y lo convirtieron en hereje. Hacia el fondo, el Palazzo Ducale, el agua, la bruma y las góndolas, la magia veneciana sin duda, nos eleva al Olimpo.
Tierra de fanáticos, militares, caballeros y tahúres, damas y prostitutas, reyes y criados, intelectuales e ignorantes, refinamiento y vulgaridad, obscenidad y devoción, paganismo y oración, todo eso es la historia de Venecia. Perderse en sus callejuelas, en carnaval, es una invitación a disfrutar de una aventura imperdible que al menos una vez en la vida, como dije antes, hay que vivir.
Nancy Castagnini de Estévez
Historiadora/articulista /conferencista
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